jueves, 28 de junio de 2012

Un poco de Filosofía desde Medellín, Colombia

bolFracasados o no, Colombia contiene docenas de ellos, y nos dimos a la tarea de buscar por lo menos en Medellín, en qué andan o a qué se dedican, si lloran o cantan o si andan perdidos; a continuación, en una metafísica de la reportería, iremos en su búsqueda y averiguaremos con quienes se juntan y a qué dedican sus destinos.

Para empezar, comencemos recordando a Pitágoras, a quien se le imputa en parte la paternidad del término “φιλοσοφία (amor a la sabiduría)”. Pitágoras nació en Samos, fue hijo de Mnesarco, un tallador y grabador de monedas y piedras preciosas. Su vocación viajera, como la de otros filósofos presocráticos, es proverbial: viajó, entre otros lugares, a Egipto, Arabia, Babilonia y visitó a los Magos de Caldea con el afán de aprender e informarse directamente sobre todo tipo de conocimientos matemáticos, astronómicos, religiosos, rituales, etc.

Pitágoras personifica perfectamente la figura del sabio griego que, como Tales, Solón o Demócrito, viajó a otros países para contemplar, aprender y acumular una gran cantidad de saberes. Por este motivo no debería resultar extraño que las fuentes antiguas describan a Pitágoras como el creador del concepto que define la actividad más emblemática de la historia del pensamiento y la cultura occidental, la palabra “filosofía”.

volDiversos testimonios coinciden, en efecto, en adjudicar la invención de este concepto a Pitágoras. Con una anécdota muy conocida y, en cualquier caso, muy ilustrativa de su personalidad, se nos refiere la historia de que Pitágoras mantuvo una conversación con Leonte, tirano de Fliunte. Este gobernante, admirando el talento y la elocuencia de Pitágoras, le preguntó cuál era su oficio y a qué se dedicaba. Pitágoras le respodió que no era maestro de arte o profesión alguna, sino que era un “filósofo”, y que, en consecuencia, su dedicación era la “filosofía”. Leonte quedó perplejo al oír una palabra cuyo significado desconocía y, Pitágoras, para explicarla, recurrió a una metáfora que ha sido muy celebrada: la vida, afirmó, es como una reunión de personas que asisten a los Juegos Olímpicos. A ellos la gente acude por tres causas distintas: unos, los atletas, para competir por la gloria de un premio; otros, los comerciantes, para comprar y vender; finalmente existe una tercera categoría que va a contemplar los juegos: los espectadores. De la misma manera, explicó Pitágoras, unos viven para servir a la fama y otros al dinero. Pero la mejor elección es la de aquellos que, como los espectadores, dedican su tiempo a la contemplación de la naturaleza, como amantes de la sabiduría, es decir, como filósofos.

El conocimiento de estas palabras, se las debemos al historiador griego, Diógenes Laercio —D. L. IX 8. Cf. Cicerón. Tusculanas V, 3, 8—
Su fama sobresalió, según Isócrates —Busiris. XXVIII—, sobre la de los otros hasta el punto de que casi todos los jóvenes deseaban ser sus discípulos y los viejos querían ver a sus hijos gozando de su compañía más que ocupándose de los asuntos domésticos. Ahora, las cosas han cambiado demasiado. Pitágoras ha caído en desgracia y el éxito de los filósofos ha languidecido, ¿qué será de ellos?

Jóvenes como Daniel Correa Ramírez, estudiante de ingeniería química en una universidad pública colombiana, lejos de arrimarse a su sombrita de sabiduría, y lejos también de gozar con la compañía de algun filósofo, sentencian lo siguiente al inquirírseles sobre el particular: “pues yo diría que son personas muy locas, porque ¡Esa carrera qué!, ¿uno qué puede hacer como filósofo?, ¡qué expectativas laborales tiene!, si su herramienta de trabajo son las ideas, pues qué gracia, todos las podemos tener sin necesidad de hacer muchos semestres en una universidad…”.

kolLa verdad sea dicha de paso, la filosofía dejó de ser un lujo aristocrático, algo así como un privilegio para los que, como los griegos, harían parte de la historia del porvenir, para convertirse en un oficio de docentes y en un arte, que para algunos como Fernando Villegas Quintero, filósofo, se ha venido centrando después de los años ochentas, en un discurso inofensivo y en muchos casos, en el complemento académico de actividades afluentes como el derecho, la historia, la política, el periodismo o la literatura.

Discurso Inofensivo en cuanto a que ya no participa de una radical forma de transformar eficazmente la manera de ver y de entender la sociedad. “A veces le llevan a creer a algunos muchachos que el mundo se agota en Lévinas, en Aristóteles o en Heidegger, incluso en Kant, y que lo máximo pudo ser dicho ahí… por ellos… pero la cosa no es así… ellos hablaron precisamente de cómo no deberían ser convertidos en ídolos de piedra… En tiempos de oscuridad hay que apoyarse en ellos, pero no ser como ellos; nuestros tiempos son distintos, nuestras realidades exigen otras maneras de ver y encarnar cambios en la manera de pensar y sentir…”; Fernando continúa argumentando con gracia: “cómo es posible que a la gente se le ocurra decir que toda la filosofía moderna y contemporánea, resulta un pie de página del pensamiento Platónico, como lo afirman y siguen afirmando públicamente mis colegas… platón no cerró la filosofía, ella siguió… la ceguera de los clásicos…”.

Villegas Quintero ratifica que para muchos la filosofía es un escudo que margina y que dificulta comprender el estado de cosas, en términos políticos y en términos prácticos, “se les ha olvidado que no se puede aprender filosofía, tan solo se puede aprender a filosofar” dice con nostalgia.

mafLa ciudad de Medellín, por ejemplo, cuenta por lo menos con cuatro prestigiosas instituciones de enseñanza en la materia, una pública y tres privadas: La U de A, La UPB, La Funlam y La universidad Santo Tomás. De ellas brotan anual y semestralmente un caudal de personajes que es posible encontrar, en establecimientos de enseñanza, en fincas alejadas donde algunos se concentran rigurosamente en sus lecturas, también se los puede ver en parques de la ciudad, en bibliotecas, en cineclubes, en talleres de escultura y en asociaciones políticas diversas.

El célebre José Manuel Arango, en un bello epígrafe que anda rodando de libro en libro, soltó la siguiente bomba: “Hay un hospital, al que todos los poetas fracasados acuden: la filosofía” el salto a hospital del espíritu, le otorga al oficio un poco más de dignidad y buena reputación, no obstante las opiniones adversas de jóvenes y jovencitas al respecto.

venEn un Vox pop, que preguntaba asuntos puntuales sobre la materia, otros muchos recordaban con cariño y añoranza a sus profesores del bachillerato: “… es que esa vieja era una loca y una tesa, ella hacía cosas bajo cuerda y resultaba con unas vueltas todas interesantes… hasta que las monjitas la echaron que por no seguir criterios pedagógicos”, recuerda Camila Molina, estudiante universitaria. Federico Mazo Vanegas, anotó al respecto: “mi profesora tenía un carácter y un espíritu tan limpio, que aún hoy que me la encuentro por ahí, me dan ganas de conversar con ella, siempre nos decía que no tragáramos entero, que la vida no era solo ir a clase y ver televisión, que la vida era otra cosa, que tenía que ser otra cosa” la docencia de estos personajes dejó huellas en algunos, vestigios de un pensar que apela a tres jerarquías básicas del pensamiento filosófico: “El Bien, la Verdad y la Belleza. Bien ontológico (no moral), la verdad epistemológica y la Belleza en términos estéticos. Jerarquías que muchos de ellos recuerdan y a las que apelan de vez en vez, más cuando sus mentes se oscurecen y precisan de un hospital metafísico que les ayude a tratar sus lagunas mentales y sus vacíos existenciales” comenta Juan José Benítez, próximo a graduarse.

triAterrizando de nuevo a Medellín, y como epicentro de pensadores, muchos de los cuales se resguardan en las aguas difíciles del anonimato, podemos citar a personas muy significativas dentro de la ciudad, que por sus posiciones, por su participación abierta (que no protagónica) en discusiones de ciudad y por su compromiso con el pensamiento y el filosofar, resultan imprescindibles a la hora de hablar de filosofía en Medellín. Son ellos Gonzalo Soto Posada; el profesor Jairo Alarcón Arteaga, el filósofo Javier Domínguez Hernández, el literato y pensador Tarcisio Valencia, la profesora Inés Posada… entre muchísimos otros más que no alcanzaríamos a nombrar en este reducido reportaje. Ellos son quienes demuestran que la filosofía está más viva que nunca y que la farándula no es sinónimo del filosofar: pues este es silencioso, transparente, a veces taciturno, pero siempre contundente. No construye puentes, más si ayuda a darle sentido a todo lo que nos rodea, incluso a los puentes mismos. A todos ellos, los invisibles, un profundo saludo de respeto y alegría desde estas breves líneas, líneas que los saludan de una manera muy superficial.

FUENTE  PLANOSUR

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